domingo, 14 de julio de 2013

Servidores públicos, sí. Burócratas, no

(artículo publicado en Velaverde el 08 de julio)


Dicen que quienes se oponen a los cambios son los que saben lo que van a perder. Y que los que se resisten, los que no saben lo que van a ganar. También es cierto que las reformas más difíciles son aquellas donde los sectores resistentes y opositores, aunque minoritarios, son muchos más activos que la mayoría que se beneficiará. La Nueva Ley del Servicio Civil tiene todos estos elementos: más resistencia que oposición, pero de una activa minoría sindical y política.

Los principios de la Ley son relativamente simples. De hecho, copian y mejoran lo que ya funciona en las mejores instituciones públicas como el BCR, la Cancillería o la SUNAT: introducir la carrera pública por méritos. ¿Y eso qué significa? Que los funcionarios trabajarán como servidores públicos motivados por incentivos, y no como burócratas, desmotivados y mal tratados.

¿Quienes pierden con esta Ley? Nadie, porque es voluntaria. Los que están contentos con sus derechos laborales adquiridos (276 y 728), pueden permanecer en su régimen y mantener, entre otros, su derecho a la negociación colectiva por sueldos. Curioso que los sindicatos se opongan a una Ley que no les afecta. Su posición más parece defender su espacio de poder y representación, que si bien no disminuye ya no podrá aumentar con los funcionarios en el nuevo régimen. Tampoco pierden los trabajadores que se incorporarán, porque la Ley les ofrece mejores sueldos, beneficios sociales y estabilidad.

¿Quienes ganan con la nueva Ley del Servicio Civil? Para empezar, los usuarios y ciudadanos que pagamos impuestos. Y directamente, todos los nuevos funcionarios públicos. La nueva Ley propone mejoras laborales sensibles con adecuados incentivos. Como diría un colega, un médico trabaja de una manera en el hospital del MINSA y el mismo médico, de otra manera, en la clínica privada. ¿Por qué? Porque en uno tiene los incentivos adecuados. Y no es solo un tema de sueldos. Diversos estudios han demostrado que los verdaderos incentivos en la carrera pública son: formación continua, beneficios sociales (como seguro médico, vacaciones, licencia de maternidad, etc) y especialmente, posibilidad de promoción y ascenso profesional o técnico. Todo esto propone la nueva Ley del Servicio Civil.

La reforma es muy ambiciosa porque plantea corregir la hoy informal y desordenada política de recursos humanos de la megacorporación llamada Estado. Basta mirar la caótica situación actual. Salvo muy contadas excepciones, entrar a trabajar al Estado exige tener “contactos”, no hay vacaciones, no hay seguro decentes, y cada 3 o 6 meses hay que esperar la renovación del contrato, no hay protección frente a presiones políticas y ni hablar de cambios de gobierno. Ese es nuestro Estado.

Sí hay que decir que una reforma de esta escala y complejidad, exige un trabajo político con los actores, incluyendo a los sindicatos. Su violento rechazo debe entenderse como la resistencia típica a los cambios, y no tanto a la oposición, porque repetimos, el nuevo régimen es voluntario para los sindicalizados. Siendo así, la resistencia se resuelve discutiendo y negociando. Por supuesto, si la posición de esta minoría sindical persiste, hay que explicar a la ciudadanía por qué esta reforma beneficia a una inmensa mayoría de peruanos, hartos ya de la muy baja calidad de los servicios públicos que recibe. Por su parte el Estado tiene que reconocer que debe construir legitimidad, confianza y credibilidad con sus ciudadanos, pero también con sus trabajadores. Si no, éstos seguirán prefiriendo ganar derechos salariales con pliegos de reclamos, mientras  no los convenzan que un sistema meritocrático justo y transparente es mucho mejor. La mesa de negociación debe abrirse.

Miguel Prialé Ugás, economista