martes, 28 de noviembre de 2017

Dura lección


La izquierda debe disculparse. Al menos la izquierda que participó en la gestión de Lima entre 2011 y 2014. No importa la conducta de sus adversarios ni sus enemigos políticos. Eso no es relevante. Fallamos.

Participé activamente en el proyecto y en la campaña electoral de Fuerza Social y la Confluencia en Lima.  Participé en la gestión municipal. Hicimos todos los esfuerzos para hacer una reforma en serio para la ciudad. Lo hicimos con seriedad profesional y convocamos muchos independientes a la función pública. Confiaron en nosotros. Pero fallamos.

La soberbia nubló nuestro juicio. Leimos mal el resultado electoral y pensamos que teníamos legitimidad incondicional para gobernar. Concertamos entre nosotros. Escuchamos poco y prometimos demasiado. Así fue el primer año. Dimos algunos pasos adelante, sí. Pusimos una agenda importante en Lima. Se tomaron decisiones muy difíciles en reforma de transporte, La Parada y contratos de concesión. Se avanzó en la gestión de parques y en gestión cultural. Se abrieron las puertas de la municipalidad. No fue suficiente.

Nos resistimos a hacer política. Porque eramos asquientos a la política con p minúscula, rastrera, viboresca y de alcantarilla. Pero no hicimos nada para cambiarla. Como si en el mundo paralelo se creara el mundo real. Perdimos la confianza y el corazón del pueblo. Dirán que es amor gitano. Pero soy republicano demócrata. El pueblo es el poder político, y hay que estar con él. La izquierda necesita recuperar esa quebrada confianza. En la política, en los políticos, en el poder. Autocrítica profunda.

Todo lo anterior son lecciones aprendidas en la administración del poder. Lo asumo, lo asumimos. Así es el fútbol, dirían los peloteros. Lo bueno es que hay revancha, y la política es igual. Con una condición. Que practiques más y prediques menos. Que actúes más y juzgues menos. Que trabajes más y señales menos. Que negocies sin mostrar la chaira, pero que negocies. En resumen, que hagas política en serio. No lo hicimos. Predicamos, juzgamos, señalamos. Y ahí están los resultados en la arena política.

No viene al caso hablar de mis posiciones políticas y de mi distancia naranja y amarilla. La conocen todos. No viene al caso hablar de las líneas roja de conducta. Para qué? Para desmarcarse? sí. Quizás. Me duele mucho más la confianza perdida de la gente que creyó. De los que se pusieron la camiseta y su nombre. Muchos tienen plata y nombre. Bien por ellos. Otros, muchos, solo dieron su nombre, lo mejor que tienen. Les fallamos. Tenemos que disculparnos. Hay que ser consistentes. Quedarse callado y mirar al techo no será delito penado pero es un delito contigo mismo. Fallamos. Seamos consistentes, y digamos a la gente eso.

“No sean conchudos, escuché a un periodista indignado. Estaba frente a sus ojos. No sean conchudos!”. Y tiene razón. No participé en la revocatoria, ni mucho menos en la campaña de reelección. No es excusa, lo dije a la Comisión en el Congreso. Pero me incluyo en los que fallamos. No quise enterarme, no quise comprometerme. Eso no se hace. Así este país, nuestro Perú, no va a cambiar. Fallamos y hay que pedir perdón. Saben por qué? Porque necesitamos volver a la batalla y para ganar en buena ley. La política da nuevas oportunidades, pero tenemos que empezar por nosotros mismos. Todos. Los que traicionaron la confianza y cruzaron líneas rojas, y los que no quisimos ver por un, ya sabemos, objetivo superior para Lima. Dura lección, durísima. Si queremos vencer  a los verdaderos enemigos, miremos primero nuestras convicciones y nuestra actitud con la barriga vacía. Por que con la barriga llena del espectador todos son somos santos. Esa es la gran lección de la política en democracia.  

m/p