La izquierda debe disculparse. Al menos
la izquierda que participó en la gestión de Lima entre 2011 y 2014. No importa
la conducta de sus adversarios ni sus enemigos políticos. Eso no es relevante.
Fallamos.
Participé activamente en el proyecto y en
la campaña electoral de Fuerza Social y la Confluencia en Lima. Participé en la gestión municipal. Hicimos
todos los esfuerzos para hacer una reforma en serio para la ciudad. Lo hicimos
con seriedad profesional y convocamos muchos independientes a la función
pública. Confiaron en nosotros. Pero fallamos.
La soberbia nubló nuestro juicio. Leimos
mal el resultado electoral y pensamos que teníamos legitimidad incondicional para
gobernar. Concertamos entre nosotros. Escuchamos poco y prometimos demasiado.
Así fue el primer año. Dimos algunos pasos adelante, sí. Pusimos una agenda
importante en Lima. Se tomaron decisiones muy difíciles en reforma de
transporte, La Parada y contratos de concesión. Se avanzó en la gestión de
parques y en gestión cultural. Se abrieron las puertas de la municipalidad. No
fue suficiente.
Nos resistimos a hacer política. Porque
eramos asquientos a la política con p minúscula, rastrera, viboresca y de
alcantarilla. Pero no hicimos nada para cambiarla. Como si en el mundo paralelo
se creara el mundo real. Perdimos la confianza y el corazón del pueblo. Dirán que
es amor gitano. Pero soy republicano demócrata. El pueblo es el poder político,
y hay que estar con él. La izquierda necesita recuperar esa quebrada confianza.
En la política, en los políticos, en el poder. Autocrítica profunda.
Todo lo anterior son lecciones aprendidas
en la administración del poder. Lo asumo, lo asumimos. Así es el fútbol, dirían
los peloteros. Lo bueno es que hay revancha, y la política es igual. Con una
condición. Que practiques más y prediques menos. Que actúes más y juzgues
menos. Que trabajes más y señales menos. Que negocies sin mostrar la chaira,
pero que negocies. En resumen, que hagas política en serio. No lo hicimos.
Predicamos, juzgamos, señalamos. Y ahí están los resultados en la arena
política.
No viene al caso hablar de mis posiciones
políticas y de mi distancia naranja y amarilla. La conocen todos. No viene al
caso hablar de las líneas roja de conducta. Para qué? Para desmarcarse? sí.
Quizás. Me duele mucho más la confianza perdida de la gente que creyó. De los
que se pusieron la camiseta y su nombre. Muchos tienen plata y nombre. Bien por
ellos. Otros, muchos, solo dieron su nombre, lo mejor que tienen. Les fallamos.
Tenemos que disculparnos. Hay que ser consistentes. Quedarse callado y mirar al
techo no será delito penado pero es un delito contigo mismo. Fallamos. Seamos
consistentes, y digamos a la gente eso.
“No sean conchudos, escuché a un
periodista indignado. Estaba frente a sus ojos. No sean conchudos!”. Y tiene
razón. No participé en la revocatoria, ni mucho menos en la campaña de
reelección. No es excusa, lo dije a la Comisión en el Congreso. Pero me incluyo
en los que fallamos. No quise enterarme, no quise comprometerme. Eso no se
hace. Así este país, nuestro Perú, no va a cambiar. Fallamos y hay que pedir
perdón. Saben por qué? Porque necesitamos volver a la batalla y para ganar en
buena ley. La política da nuevas oportunidades, pero tenemos que empezar por
nosotros mismos. Todos. Los que traicionaron la confianza y cruzaron líneas
rojas, y los que no quisimos ver por un, ya sabemos, objetivo superior para
Lima. Dura lección, durísima. Si queremos vencer a los verdaderos enemigos, miremos primero
nuestras convicciones y nuestra actitud con la barriga vacía. Por que con la
barriga llena del espectador todos son somos santos. Esa es la gran lección de
la política en democracia.